Por Alfredo Lindley-Russo
Los agentes de seguridad del aeropuerto me quitaron el jugo de manzana que estaba bebiendo y me vi obligado a comprar otro en el Duty Free. Mi cabeza se alborotaba con impertinentes cuestionamientos de algunas normas de seguridad francamente absurdas como, ¿los ataques químicos generan el mismo impacto con cantidades de 99 ó 101 mililitros?, ¿los zapatos de tacón alto, también son objetos punzocortantes? o ¿para qué tanto decomiso si dentro del avión me dan tenedor y cuchillo de metal para poder cenar? Me acomodé en la sala de espera, frente a la puerta de embarque número 44, y comencé a hacer un balance sobre mi viaje a México (sinteticemos: me encantó) dejando que fluya con, naturalidad, esta nueva Piedad que hoy mismo comparto con ustedes.
No voy a comentarles acerca de las dos denominaciones de origen (Piedad aquí) más famosas de este inmenso país (TEQUILA y MEZCAL). Tampoco voy a contarles que la “COCINATRADICIONAL MEXICANA, CULTURA COMUNITARIA, ANCESTRAL Y VIVA - EL PARADIGMA DE MICHOACÁN” (sí, ese es su nombre oficial) así como el “MARIACHI, MÚSICA DE CUERDAS, CANTO Y TROMPETA” han sido declarados patrimonio cultural inmaterial (Piedades aquí) y (aquí) de la humanidad por la Unesco. Del mismo modo, no pienso destacar el gran desarrollo de sus industrias culturales (Piedades aquí)(aquí)(aquí) y (aquí) que luce en el mundo, no solo por sus grandes escritores y casas editoriales, sino también por su dinámica actividad teatral y de pantalla (tanto televisiva como de cine) así como por su mayor cantautor contemporáneo (Juan Gabriel), un “Sol” que es ejecutante por antonomasia (Luis Miguel) y su mariachi vivo más querido (Vicente Fernández); todo lo cual se alimenta gracias a un mercado potencial de alrededor de veinte millones habitantes (solo en el área metropolitana de la Ciudad de México). Menos aún tengo en mente comentarles acerca de la parte fea del asunto: las infracciones a la propiedad intelectual (Piedad aquí) y su paraíso mexicano: Tepito.
No. En esta Piedad les pienso comentar acerca de algo más general. La distintividad del nombre comercial. Se me ocurrió escribir sobre esto porque durante mi estadía en México me percaté que en muchas calles hay rótulos o carteles en las fachadas de los establecimientos comerciales con frases tan genéricas o descriptivas como “HELADERÍA LA MICHOACANA”, “TAQUERÍA”, “CASA DE CAMBIO”, “LLANTAS DEL CARIBE”, “TIENDA NATURISTA”. A veces, estas frases iban acompañadas con otros términos de fantasía o arbitrarios que ocupaban un lugar secundario en el anuncio publicitario y con una letra más pequeñita.
A estas alturas Viana y Daniel deben estar odiándome y pensando algo así como: “Alfredo, mucho palabreo, escribe menos…”. Lo siento chicos, pero recién comenzamos…
Lo primero que debemos tener claro para hablar sobre este tema es que el nombre comercial y la marca son signos absolutamente distintos. La marca sirve para distinguir en el mercado los productos o servicios comercializados o prestados por una persona, de los productos o servicios de otra. Su protección en todo el territorio nacional nace con el registro. El nombre comercial, en cambio, sirve para identificar a una persona (natural o jurídica) en el ejercicio de su actividad económica, diferenciándolo de las actividades de sus competidores y su protección se alcanza en virtud de su uso, sin que sea necesario el registro, aunque, únicamente, dentro de la extensión territorial en la que el nombre tenga una influencia efectiva.
A diferencia de lo que ocurre con las marcas, un nombre comercial no necesita gozar necesariamente de aptitud distintiva, por lo que puede estar compuesto de términos genéricos, descriptivos o corrientes en el giro de actividades referidas al objeto o actividad de la empresa titular o indicativos del lugar geográfico en el que la empresa funciona.
¿Por qué? Pues bueno, veamos los orígenes de esta figura. Visualicen una ciudad medieval. Dentro de sus altos muros defensivos se encuentra la plaza mayor, centro de las actividades donde se ubicaban armeros, panaderos, carniceros, herreros, zapateros, plateros, sastres, etc., que ofrecían sus productos. Los talleres, que necesitaban de más espacio y personal, como las tonelerías, curtiembres, hilanderías, y cervecerías, se ubicaban en el arrabal, pegados al perímetro de las murallas. Pero ni las tiendas o los comercios tenían nombre o letrero, pues la mayoría de compradores era analfabeta. Por eso, lo usual era colgar en la fachada, junto a la puerta, una imagen alegórica de madera o metal que representaba la mercancía o servicio que se ofrecía (nótese aquí un dato interesante adicional: los primeros signos fueron figurativos). Así, por ejemplo, el dibujo de unos anteojos en un trozo de madera colgado en un inmueble, identificaba que en determinada casa se prestaban servicios oftalmológicos.
Por eso, hasta el día de hoy lo único que se exige es que el nombre comercial sea suficientemente diferente de los nombres comerciales usados por sus competidores con el objeto de evitar algún riesgo de confusión o de asociación. De esa manera podrían constituir nombres comerciales válidos, por ejemplo, “ALFOMBRAS SINTÉTICAS”, “INTERNATIONAL BUSINESS MACHINERY” o “CERVECERÍA CUSQUEÑA”.
Ahora si alguno se está preguntando por qué en el Perú se pueden encontrar tantos “CHIFA HONG KONG”, sin que se considere que existe riesgo de confusión, solo me limito a decir, antes que Viana o Daniel me manden un sicario por seguir escribiendo, que ese es un asunto que tiene que ver con la zona de influencia económica del nombre comercial, tema que dejamos pendiente para una siguiente Piedad… ¿por qué?, pues porque después de todo yo “soy muy canijo, güey” y así los dejo enganchados para la próxima… ¡Hasta entonces!
No voy a comentarles acerca de las dos denominaciones de origen (Piedad aquí) más famosas de este inmenso país (TEQUILA y MEZCAL). Tampoco voy a contarles que la “COCINATRADICIONAL MEXICANA, CULTURA COMUNITARIA, ANCESTRAL Y VIVA - EL PARADIGMA DE MICHOACÁN” (sí, ese es su nombre oficial) así como el “MARIACHI, MÚSICA DE CUERDAS, CANTO Y TROMPETA” han sido declarados patrimonio cultural inmaterial (Piedades aquí) y (aquí) de la humanidad por la Unesco. Del mismo modo, no pienso destacar el gran desarrollo de sus industrias culturales (Piedades aquí)(aquí)(aquí) y (aquí) que luce en el mundo, no solo por sus grandes escritores y casas editoriales, sino también por su dinámica actividad teatral y de pantalla (tanto televisiva como de cine) así como por su mayor cantautor contemporáneo (Juan Gabriel), un “Sol” que es ejecutante por antonomasia (Luis Miguel) y su mariachi vivo más querido (Vicente Fernández); todo lo cual se alimenta gracias a un mercado potencial de alrededor de veinte millones habitantes (solo en el área metropolitana de la Ciudad de México). Menos aún tengo en mente comentarles acerca de la parte fea del asunto: las infracciones a la propiedad intelectual (Piedad aquí) y su paraíso mexicano: Tepito.
No. En esta Piedad les pienso comentar acerca de algo más general. La distintividad del nombre comercial. Se me ocurrió escribir sobre esto porque durante mi estadía en México me percaté que en muchas calles hay rótulos o carteles en las fachadas de los establecimientos comerciales con frases tan genéricas o descriptivas como “HELADERÍA LA MICHOACANA”, “TAQUERÍA”, “CASA DE CAMBIO”, “LLANTAS DEL CARIBE”, “TIENDA NATURISTA”. A veces, estas frases iban acompañadas con otros términos de fantasía o arbitrarios que ocupaban un lugar secundario en el anuncio publicitario y con una letra más pequeñita.
A estas alturas Viana y Daniel deben estar odiándome y pensando algo así como: “Alfredo, mucho palabreo, escribe menos…”. Lo siento chicos, pero recién comenzamos…
Lo primero que debemos tener claro para hablar sobre este tema es que el nombre comercial y la marca son signos absolutamente distintos. La marca sirve para distinguir en el mercado los productos o servicios comercializados o prestados por una persona, de los productos o servicios de otra. Su protección en todo el territorio nacional nace con el registro. El nombre comercial, en cambio, sirve para identificar a una persona (natural o jurídica) en el ejercicio de su actividad económica, diferenciándolo de las actividades de sus competidores y su protección se alcanza en virtud de su uso, sin que sea necesario el registro, aunque, únicamente, dentro de la extensión territorial en la que el nombre tenga una influencia efectiva.
A diferencia de lo que ocurre con las marcas, un nombre comercial no necesita gozar necesariamente de aptitud distintiva, por lo que puede estar compuesto de términos genéricos, descriptivos o corrientes en el giro de actividades referidas al objeto o actividad de la empresa titular o indicativos del lugar geográfico en el que la empresa funciona.
¿Por qué? Pues bueno, veamos los orígenes de esta figura. Visualicen una ciudad medieval. Dentro de sus altos muros defensivos se encuentra la plaza mayor, centro de las actividades donde se ubicaban armeros, panaderos, carniceros, herreros, zapateros, plateros, sastres, etc., que ofrecían sus productos. Los talleres, que necesitaban de más espacio y personal, como las tonelerías, curtiembres, hilanderías, y cervecerías, se ubicaban en el arrabal, pegados al perímetro de las murallas. Pero ni las tiendas o los comercios tenían nombre o letrero, pues la mayoría de compradores era analfabeta. Por eso, lo usual era colgar en la fachada, junto a la puerta, una imagen alegórica de madera o metal que representaba la mercancía o servicio que se ofrecía (nótese aquí un dato interesante adicional: los primeros signos fueron figurativos). Así, por ejemplo, el dibujo de unos anteojos en un trozo de madera colgado en un inmueble, identificaba que en determinada casa se prestaban servicios oftalmológicos.
Por eso, hasta el día de hoy lo único que se exige es que el nombre comercial sea suficientemente diferente de los nombres comerciales usados por sus competidores con el objeto de evitar algún riesgo de confusión o de asociación. De esa manera podrían constituir nombres comerciales válidos, por ejemplo, “ALFOMBRAS SINTÉTICAS”, “INTERNATIONAL BUSINESS MACHINERY” o “CERVECERÍA CUSQUEÑA”.
Ahora si alguno se está preguntando por qué en el Perú se pueden encontrar tantos “CHIFA HONG KONG”, sin que se considere que existe riesgo de confusión, solo me limito a decir, antes que Viana o Daniel me manden un sicario por seguir escribiendo, que ese es un asunto que tiene que ver con la zona de influencia económica del nombre comercial, tema que dejamos pendiente para una siguiente Piedad… ¿por qué?, pues porque después de todo yo “soy muy canijo, güey” y así los dejo enganchados para la próxima… ¡Hasta entonces!
1 comentarios:
Simpático tu artículo. Coincido en que la seguridad de las líneas aéreas, siguen un formato sin lógica, que más que hacer sentir seguro al pasajero, por lo menos en mi caso, me ponen más nerviosa.
Y si pues, me quedé enganchada para el siguiente artículo.
slds,
crc
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