Por: Viana Rodríguez Escobar y Eduardo Romero Dianderas

Antes que Alfredo diga algo como “¿Viste, Daniel? ¿Viste que ya estamos martes y Viana no ha posteado nada?” y reciba 21 mails diciendo “Y el post, ¿para cuándo?” (Ya se dieron cuenta que Alfredo es el fiscalizador, ¿no?), debo decir que este retraso ha sido a propósito (¿Cómo te quedó el ojo, Lindley?).

Digo a propósito porque hoy es el día del INTERNEEEEEEET (¡Así! A lo Enjuto Mojamuto!)

Ahora todos vamos a hacer un ejercicio mental: Van a recordar un día en su vida en el año 1995 y lo van a comparar con un día en su vida actual. Ya sé que me van a decir que ahora leen el periódico en su laptop, que revisan varias veces al día las actualizaciones en sus redes sociales, que no conciben ver los programas periodísticos dominicales nocturnos sin que su celular suene como pajarito descontrolado, etc.

Lo que realmente quiero que comparen es su conducta, su forma de comunicarse y de compartir información a partir de la ebullición de las redes sociales. Como esto no podía ser un simple análisis legal (y además, ¡que pesados los abogados!) invitamos a Eduardo Romero, antropólogo con el que trabajo y al cual he estado últimamente adoctrinando en temas de propiedad intelectual, a que problematizara/analizara/interpretara (que son las palabras preferidas de los antropólogos) esta situación.

Entonces pensemos en aquellos días. ¿Se acuerdan cómo se sentía recortar un periódico para mostrárselo a un amigo? ¿O sacarle duplicado a una foto que algún familiar tomó en su viaje al Iguazú? Olvídense de los días en que citar una frase de alguien solía implicar un trámite engorroso. Ahora no necesitamos más que una computadora y una cuenta de Twitter, por ejemplo, para mostrar y decir todas las cosas ingeniosas que hacemos y pensamos: Internet nos ha vuelto un ejército de ingeniosos y cotidianos creadores de obras. Solo basta con ver el Twitter un domingo por la tarde para darse cuenta del volumen de información que es generada y circulada cada día.

Al igual que pasó en su momento con la imprenta, cualquier nueva tecnología siempre termina por reorganizar la forma en que la información que producimos circula entre nosotros. Toda nueva tecnología “abre un problema” en la sociedad acerca de cómo lidiamos con nuestras nuevas capacidades para producir, circular y apropiarnos de la información, así como definir límites en su acceso y uso. Por ejemplo, los derechos de autor, esa extraña idea que nos dice que tenemos derechos sobre las obras que producimos, nunca hubieran surgido si no hubiera surgido antes la imprenta, que permitió reproducir obras más allá de la pluma y el papel. ¿Qué podemos esperar del Twitter, que potencia descomunalmente las posibilidades de producción y re (y re, y re) producción de las obras humanas?

El chiste de todo esto es que pese a que la realidad ha superado de lejos nuestra capacidad actual para regularla, la gente ha encontrado formas ingeniosas para autoregularse ellos mismos, reconociendo la autoría de frases, imágenes y en general, obras, lo que presenta particularidades para el Derecho de Autor. Si lees una frase antecedida por un RT (retweet), la persona que retuitea está reconociendo la autoría de la frase a otra persona. En otros casos previos al internet, decir “lo escuché por ahí” o simplemente hacerse pasar por el autor de la frase era completamente común.

¿Se impondrán estas formas de autoregulación descentralizada, donde cada uno se regula a sí mismo, sobre un modelo centralizado y pensado para un medio analógico? Solo el tiempo lo dirá. Chau, me voy a comer una empanada de pollo.

P.D. Y para todos los que se quedaron acontecidos por no saber quién es Enjuto Mojamuto, aquí les dejamos un video relativo al día que hoy celebramos: ¡Feliz día, Interneeeeeeeet!




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